viernes, 30 de abril de 2010

MI ÚLTIMA BALA.

Amanecer del viernes 30. Primeras luces, son las 06.15 HRB (hora del relog de bitacora) y me encuentro a mitad de mi última guardia. Con el ordenador en mano tengo la necesidad imperiosa de intentar relataros la noche de ayer. Realmente no sé muy bien cómo describiros o haceros llegar las sensaciones que tuve sin pecar en ser un poco pedante o ir de algo que no soy. Evidentemente, por si alguien no se había enterado, no soy un poeta, ni quiero aparentarlo, sería una falta de respeto imperdonable por mi parte. Pero para hacer llegar a alguien que no ha experimentado lo que yo viví anoche, algo de tal belleza es imposible no tentar al poeta que todos llevamos en nuestro interior. Veamos cómo sale:

Serían alrededor de las 21h (si no especifico el horario me refiero al nuestro en ese momento) y Alfonso acababa de bajar a su camarote a descansar y yo me preparaba para afrontar la primera de las guardias de la noche. Para ella, cogí el libro que mi compañero de viaje estaba leyendo. Ya me había hablado antes que me iba a gustar. Es sobre barcos y marinos, ¡cómo no!. Versa sobre un chico que se enrola en un barco mercante en 1.840 sin tener ni idea de náutica y… bueno, al grano que me enrollo. Me siento en el sillón del púlpito de popa. Pinzo en el libro la lamparilla que me regaló mi Sole para leer y me dispongo ver de que vá.

A la primera página me engancha de verdad pero al cabo de unas 30 páginas, y totalmente entregado, apago la luz para ahorrar baterías y levantarme a beber un sorbo del té que desde hacía un rato estaba frío. Fué en ese momento de ceguera provocado por el contraste entre la luz de la lamparilla y la oscuridad de la noche, o eso pensaba yó nada más apagarla. Sin embargo, cuando miré al cielo ciego en busca de algo de luz (las cosas que tenemos los humanos, estás deslumbrado y te vás a buscar luz al cielo en plena noche), y sí, la encontré. Y no una luz cualquiera, fué todo un acontecimiento, qué cielo tan espectacular, qué estrellas tan brillantes allí arriba. Realmente me sorprendió, no lo esperaba y eso que ya he pasado varias semanas en mar abierto en el viaje de ida a las Antillas. Pero ese día era especial. Estaban allí en lo alto triunfando ya que no había luna que las eclipsase.

Era como si desde el momento de empezar a leer hasta que me dió por hacer un parón se estuviesen organizando entre ellas para concentrar toda su luz más brillante y desprenderla en ese momento, como diciéndome, "¿eres idiota?, ¡deja ese libro y que esperas para observarnos!". Y tenían razon, ¡fué Maravilloso!

Estuve un buen rato alucinando y reencontrandome con las constelaciones, las estrellas que desde que pisamos tierra no tuvimos oportunidad de divisar por la contaminación lumínica que, aunque escasa en estas islas, sí que existe. Llegué a distinguir un satélite en su pulular por el espacio y alguna estrella fugáz de regalo.

Después de casi una hora, por supuesto el libro paso al olvido, por el rabillo del ojo me pareció ver unas luces que confirmaron el ojo entero. Pense, Koke cuidado, a ver si por fliparte con el cielo no vas a ver el barco este que asoma con sus luces rojizas por el horizonte, y seguí a lo mío. A los pocos segundos, otra vez la alarma del rabillo del ojo se encendió…

[Llegado a este punto, querido lector, me gustaría hacer una alabanza a mi rabillo del ojo. Si, es de justicia que éste que en miles de ocasiones me avisó de tantos y tantos peligros en forma de delantero que surge por la espalda, movimientos en el segundo palo, trayectorias cambiadas del balon o en infinidad de situaciones de juego en la portería, tenga su minuto de gloria en este modesto diario. Lo reconozco me fío mucho del rabillo de mis dos ojos, gracias, os quiero]

…giré mi cabeza hacia la amura de estribor del velero y fijando la vista en el horizonte descubrí que lo que hace segundos juraría que eran las luces lejanas de un mercante se convirtió en la más preciosa luna llena de color naranja que nunca antes había visto. Como decía un entrenador mío, ¡¡Dios del Amor Hermoso!!, ¡qué preciosidad!, ¡tan grande!, ¡tan redonda!, ¡tan naranja!. No lo podía creer, y cuanto más subía la luna más se iba agrandando su estela rielando en el mar calmado, el más calmado que nunca ví. Como si todos los demás elementos naturales se postraran arrodillados ante el ascenso a su trono en el cielo con su insultante hermosura. Vamos, un flechazo. Con deciros que se me paso la hora de la guardia mirandola en todo su reinado...

La he prometido que volveré, pero esta vez con mi hijo para que aprenda lo que tenemos los humanos de estúpidos por perdernos momentos como éstos. Le contaré que hay una gran mayoría de esta raza que nacen, se reproducen y mueren sin poder ver un espectaculo así, gratis, una vez al més, doce meses al año. Espero que nunca tenga que usar mi última bala pero si lo hago sé donde tengo que regresar…

Si queréis seguirnos por el satélite:
http://www.atposition.com/atlanticsource/sat/granazul/index-granazul.php?mmsi=4893473

Página web de Alfonso:
www.veleroinmouchar.es

1 comentario:

  1. ¿Y no hiciste fotos de la luna? Tuvo que ser espectacular. Un fuerte saludo desde Fuengirola, Málaga.

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